Las madres ponen las normas, los padres se los llevan de juerga

Esteban Hernández.-  26/09/2011  (06:00h)
Los hombres ya no son el referente del esfuerzo y del sacrificio. Esos padres que mantenían el orden en el hogar y que se ocupaban de la familia tras una jornada de trabajo duro ya no están presentes en la mente de los chicos.  Hoy, en un entorno de ausencia masculina, sea por los divorcios o por las largas jornadas laborales, la tarea educativa de los hombres es llevar a los niños al centro comercial el fin de semana, mientras que son las madres las encargadas de que aprendan pautas de comportamiento, interioricen las normas y hagan los deberes. Y algo muy similar, señala Stéphane Clerget, psiquiatra infantil, y autor de Para hacernos respetar (Ed. Octaedro), está ocurriendo en la escuela, donde el fracaso de los niños ha aumentado a medida que los varones desaparecían del cuerpo educativo. En Francia y en España, casi el 90% de los docentes de Infantil y de Primaria son mujeres. Lo cual, aclara Clerget, nada tiene que ver con la competencia pedagógica, que es la misma en hombres que en mujeres, sino que está mucho más relacionado “con una cuestión afectiva”.
Los problemas educativos que están sufriendo los niños, asegura Clerget, se inician con el aprendizaje de la lectura y de la escritura, continúan a medida que se sube en el nivel educativo “y llegan hasta la universidad, donde los hombres están subrepresentados en los estudios superiores, salvo en carreras poco demandadas como matemáticas”.
En otras épocas, se achacaba el mayor nivel de éxito intelectual de los niños a la posesión de una mayor inteligencia. “Se decía que como tenían un cerebro mayor, eran más listos”. Pero hoy se sabe que si las niñas fracasaban con mayor frecuencia “era sólo porque estaban menos estimuladas escolarmente y porque no estaban destinadas a ocupar puestos de responsabilidad en la sociedad, la mayor parte de los cuales les estaban prohibidos”. Además, señala Clerget, tampoco contaban con modelos de mujeres exitosas. Por eso las niñas terminaban creyéndose que estudiar no era para ellas.
Hoy ocurre algo similar con los chicos. Suele explicarse su mayor cota de fracaso desde una desventaja genética, argumentando que si los niños obtienen malos resultados es porque son más inestables, más movidos, cuando no hiperactivos, y porque no son capaces de prestar atención, en lugar de preguntarse si no es un ambiente escolar o social inadaptado la causa de los problemas. “La inteligencia no es una cuestión de sexo. Los cerebros de las niñas y de los niños son igualmente competentes, y si la escuela estuviera adaptada para ambos por igual, sus resultados serían equivalentes”. Para Clerget, que en matemáticas y ciencias los chicos continúen destacando tiene que ver con que “en el imaginario colectivo, y sin duda en el de los niños, las matemáticas se inscriben en el registro de lo masculino. A los niños se les suele exigir que controlen sus emociones y las ciencias tienen mucho que ver con ese dominio de lo racional”.
El conocimiento, cosa de chicas
Los niños toman progresivamente consciencia de la existencia de los dos sexos, distinguiendo a los hombres de las mujeres en las fotos desde los pocos meses. “A los tres años se saben chica o chico, aunque no conozcan, claro está, todas las diferencias que existen entre uno y otro. A partir de ese momento, van a ver el mundo, como por otra parte hacen los adultos, a partir de lo masculino, lo femenino y lo neutro”. Su ropa, sus colores, los juegos, las maneras de ser, sus intereses y lo que aprenden estarán teñidos de esa mirada.
Así, su identidad sexual dará forma al cristal a través del cual van a observar el mundo. Y, en ese terreno, el principal problema con que se encuentran es que la educación y el saber aparecen como campos inequívocamente femeninos. Por eso, “salvo en aquellas familias donde el padre muestra un especial interés por el conocimiento, lo más habitual es que los chicos perciban el aprendizaje como algo propio de las chicas, lo que hará que lo acepten mal”.
Para un chico, aclara Clerget, aprender de un adulto es tomar como propia una parte de él; devenir él, en cierta manera. “Por eso los niños pequeños tienen necesidad de que los modelos de referencia cercanos sean hombres, ya que les facilita reconocerse en ellos”. Eso es lo que hace absolutamente necesario establecer la paridad en el colegio, “de forma que los niños dejen de ver la escuela, los deberes y el conocimiento como algo femenino. Es importante que muchos niños dejen de creer que la poesía, la elocuencia, la gramática y, en general, el éxito escolar pertenecen al orden de la mujer y que lo masculino se inscribe en el campo del ocio, del placer y de la transgresión de la ley. Masculinizar la educación es hacer de la escuela un lugar que no sea ni masculino ni femenino sino neutro, donde los niños y niñas consigan triunfar por igual”.

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